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La casa de Bartolomé Esteban Murillo

Esta casa situada en el número 8 de la Calle Santa Teresa, junto al Convento de las Teresas, fue la penúltima residencia familiar del artista. En ella vivió Murillo como un pintor plenamente reconocido y admirado por la sociedad sevillana del momento y en ella estuvo emplazado el obrador donde el artista trabajó los últimos años de su vida.

Bartolomé Esteban Murillo, considerado “el mejor pintor de Sevilla” por el Cabildo de la Catedral hispalense, desarrolló su trayectoria vital y creativa de forma íntegra en su ciudad natal, donde nació en 1617 y falleció en 1682. Tan solo una breve estancia de pocos meses en la corte madrileña, en 1658, le alejó de la capital andaluza. Estas circunstancias, unidas a su excepcional talento y a su extremada sensibilidad, influyeron en que Murillo supiera captar con su pintura, como ningún otro artista, el espíritu de la Sevilla de su tiempo.

La Casa de Murillo responde a la tipología de casa-palacio sevillana, con dos plantas y ático, cuyas dependencias se disponen en torno a un patio central con cuatro galerías y arquería de medio punto sobre columnas. El edificio, declarado Bien de Interés Cultural el 8 de marzo de 1995, ha sufrido numerosas intervenciones, especialmente durante el siglo XX. Sin embargo, durante el Año Murillo ha vuelto a ser la casa del artista, un espacio en el que a través de reproducciones de sus obras, de actividades culturales y talleres, será posible conocer la genial personalidad creativa del artista.

La Casa de Murillo es también el punto de partida del Itinerario «Tras los pasos de Murillo», que guiará a los visitantes en un recorrido a través de la Sevilla del siglo XVII, siguiendo los pasos del artista por los lugares más emblemáticos de su trayectoria. El Itinerario está conformado por 20 espacios vinculados a la vida personal y profesional de Murillo, en los que se podrán contemplar más de 50 pinturas originales y más de 80 reproducciones de sus obras más relevantes. Le invitamos a seguir los pasos de Murillo y a descubrir la personalidad creativa de un artista excepcional.

Folletohttp://www.murilloysevilla.org/wp-content/uploads/Folleto-Casa-Murillo-10×21-Baja.pdf

Obras:

Inmaculada Concepción (reproducción del original).
Hacia 1660.
Óleo sobre lienzo. 36 x 26 cm.
París, Musée du Louvre.
Procedencia: Colección González de Bilbao.
Esta Inmaculada presenta la particularidad de ser concebida con amables rasgos infantiles que contribuyen a intensificar el candor, la inocencia y la pureza singulares de este dogma mariano. Este tipo de Inmaculada infantil era una versión muy querida por la clientela sevillana de la época, reproduciendo también este mismo tema pintores como Zurbarán o Llanos Valdés. En ella se advierte la soltura del pincel con el que artista la realizó, especialmente en la túnica blanca de la Virgen, donde aparecen toques pastosos alternando con otros más ligeros, fluidos y transparentes, aplicados con singular destreza. Su pequeño formato nos permite aventurar que pudo ser un boceto de una obra de mayores dimensiones.

La Anunciación (reproducción del original).
Hacia 1665.
Óleo sobre lienzo. 189 x 133 cm.
Londres, The Wallace Collection.
De todas las representaciones que Murillo hizo de la escena de la Anunciación, posiblemente ésta sea la más bella. Pintada durante sus años de esplendor, la obra revela la plena asimilación del espíritu barroco por parte del artista. El dinamismo de la composición se trasluce especialmente en la postura del arcángel Gabriel, que flota sobre el espacio, mientras el Espíritu Santo irrumpe en la escena, iluminada por un áureo y dinámico rompimiento de gloria. En cambio, la Virgen muestra una actitud serena y recogida, fruto de la humildad que la caracterizaba, de la que da muestra su trabajo cotidiano en las labores del hogar, representado con el cesto de costura que aparece en primer plano.

Santa Rosa de Lima (reproducción del original).
Hacia 1671.
Óleo sobre lienzo. 145 x 95 cm.
Madrid, Museo Lázaro Galdiano.
Rosa de Lima fue la primera santa de América. Por ello, es la patrona del continente y de Filipinas, lugares en los que sigue despertando gran fervor.
La obra de Murillo representa un acontecimiento fundamental de la vida de la santa: mientras trabajaba en labores domésticas, experimentó un encuentro con el Niño Jesús, quien le propuso que se convirtiera en su esposa espiritual.
Murillo ejecutó varias pinturas de santa Rosa después de ser canonizada en 1671. Ésta es la de mayor calidad, y destaca por la dulzura y expresividad que emanan los personajes. Este episodio contrasta con la vida cotidiana de la santa, que aunque fue rica en experiencias místicas, también sufrió duras disciplinas autoimpuestas por la conversión de los pecadores.

Santa Rosalía de Palermo, la Virgen y el Niño (reproducción del original).
Hacia 1675.
Óleo sobre lienzo. 190 x 147 cm.
Madrid, Museo Thyssen-Bornemisza.
Santa Rosalía de Palermo con la Virgen y el Niño es una obra relevante de la última producción de Murillo. En ella se representa un episodio místico de la vida de Rosalía: la visión de la Virgen con Jesús Niño, obsequiando a la joven con un ramo de rosas blancas, símbolo de su nombre y de su pureza virginal. A estos seres celestiales les acompañan cuatro santas vírgenes que portan palmas identificativas de su condición de mártires. El suceso sobrenatural se completa con un rompimiento de gloria que inunda la escena de suaves y vaporosas tonalidades áureas.
Un aspecto anecdótico de la pintura, que sirve para identificar a la santa, es la escena de fondo, en la que se puede distinguir a una muchedumbre contemplando a santa Rosalía, mientras ella predicaba a sus conciudadanos de Palermo.

Virgen del Rosario con el Niño (reproducción del original).
Hacia 1675-1682.
Óleo sobre lienzo. 200 x 128 cm.
Londres, Dulwich Picture Gallery.
A diferencia de sus anteriores pinturas de este mismo tema, efectuadas en sus primeros años, Murillo ha situado la escena en un ambiente celestial donde la Virgen y el Niño están rodeados por ángeles y nubes doradas, creando una transición lumínica que, desde la claridad superior que enmarca las figuras, va oscureciéndose hasta llegar a la penumbra de la parte inferior.
Es una obra de su última etapa, y por ello se puede apreciar la pincelada ágil y suelta y el colorido sutil y transparente, dando como resultado una pintura elegante, delicada y de gran carga espiritual. Murillo fue hermano de la cofradía de Nuestra Señora del Rosario del Convento de San Pablo desde su juventud.

Fuente bibliográfica: www.murilloysevilla.org

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