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El Barroco en Sevilla

En el siglo XVII, también conocido como Siglo de Oro español. Sevilla, gracias a la Casa de Contratación, tiene una gran pujanza no sólo para el comercio sino también para las artes y las ciencias como centro floreciente de actividades de tipo cultural.

Entre las artes destaca por su importancia la pintura, que en la etapa del Barroco (1630-1680), viene representada por tres figuras principales: ZURBARÁN, VELÁZQUEZ y  MURILLO. Hay otros pintores de segundo orden como JUAN de ROELAS y FRANCISCO HERRERA el VIEJO, pero no son objeto de interés por ahora. Otro autor a tener en cuenta es ALONSO CANO pero en su época sevillana muestra su dedicación principal a la escultura.

Centrándonos en ZURBARÁN (1598-1664), en este autor hay que destacar dos aspectos muy importantes: por una parte pinta objetos domésticos de uso corriente en sus bodegones, a los que confiere un misticismo que transciende de la apariencia común de su naturaleza. Y por otra, figuras de santos y santas a los que desprovee de su aura y reviste con ropajes de la época; las inmaculadas y los frailes son caso aparte. En las figuras,  agrupadas por series, predomina una presentación estática a excepción, por su aspecto dinámico, de los diez «Trabajos de Hércules». También hay que tener en cuenta que este pintor persiste en el claroscuro durante toda su obra, a diferencia de sus coetáneos, y observar que alcanza pronto una madurez en su estilo que mantiene hasta los cuarenta años.

Sus primeras obras conocidas son «La Virgen de las nieves» y «El Padre Eterno» que se encuentran en el Museo de Bellas Artes de Sevilla (a partir de ahora Museo de Sevilla). Pero lo más reseñable son las series de cuadros bajo contrato en 1626, el primero de las cuales viene realizado para el Convento Dominico de San Pablo el Real con obras como: «Crucificado» (1626), «San Buenaventura» (dos lienzos) (1628-1629), «San Ambrosio» (1626-1627) (Museo de Sevilla), «San Buenaventura en oración», «San Buenaventura revela el Crucifijo a Santo Tomás de Aquino», «Exposición del cuerpo de San Buenaventura» (1629), «Santo Domingo en Soriano» (1627), «San Gregorio», y «San Jerónimo».

Le sucede en 1628 la serie de 22 obras para el Convento de la Merced Calzada con cuadros de gran calidad: «San Serapio» (1628), «San Pedro Nolasco» (1628), «Salida de San Pedro Nolasco hacia Barcelona» (1628-1630), «Visión de San Pedro Nolasco», «Aparición de la Virgen a San Pedro Nolasco» (1628-1630), «Aparición de San Pedro a San Pedro Nolasco», «Descubrimiento de la Virgen del Puig», y «Rendición de Sevilla».

A continuación hace una corta serie para el Convento de San José de la Merced Descalza con tres cuadros: «San Lorenzo», «San José y el Niño Jesús», y «Santa Lucía». Los tres fuera de España.

La década de 1630 es la más importante con lienzos como: «Inmaculada» (1630) para el Ayuntamiento de Sevilla, «Crucificado» (1630) en el Museo de Sevilla, «Crucificado» (1630) en Madrid, «Visión de San Alonso Rodríguez» (1630) Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, «Apoteosis de Santo Tomás de Aquino» (1631) en en Museo de Sevilla; su obra más monumental.

De esta etapa son los trabajos que realiza para la Cartuja de Santa María de las Cuevas de Sevilla destacando «La Virgen de los Cartujos», «La visita de San Bruno al Papa Urbano II» y «San Hugo en el refectorio», de 1630 a 1635. Y posteriormente «El niño de la espina» de 1645 a 1650, que se custodian en la actualidad en el Museo de Sevilla.

También lleva a cabo cuadros de motivación personal como bodegones y temas de naturaleza muerta entre los que se pueden citar: «Taza de agua y rosa en un plato de plata» (1630), «Bodegón con cacharros» (1633-1640) del Museo del Prado, «Bodegón con cidras, naranjas y rosa» (1633), «Naturaleza muerta con plato de membrillos» (1633-1635). En todos ellos, se puede apreciar la maestría con la que pinta los materiales que componen los diferentes objetos con un aspecto que puede considerarse como hiperrealista con fondos oscuros que resaltan el valor de las diversas piezas.

En esta época realiza su primer viaje a Madrid en el que se compromete a la ejecución de los diez «Trabajos de Hércules» (1634), que se encuentran en el Museo del Prado y en los que se aparta de las composiciones estáticas que caracterizan la mayor parte de su obra de imaginería, además de los dos de la «Defensa de Cádiz contra los ingleses».

También trabaja en obras para el Convento de los Capuchinos como los «Crucificados» (1635-1640) del Museo de Sevilla y diversas «Inmaculadas», una de las cuales se encuentra en el Ayuntamiento y la otra en la Catedral ambas en Sevilla y que forman parte de una serie de trece obras repartidas por distintos lugares.

De entonces son los trabajos para el Convento de Porta Coeli: «Martirio de Santiago» (1636-1640), «San Luis Beltrán» (1633) y «Beato Enrique Susón» (1640) del Museo de Sevilla. Para la Cartuja de Jerez realizó «La Adoración de los Magos» (1638-1639) que junto con «La Adoración de los pastores» (1638), «La Anunciación» y «La Circuncisión» (1630) formaban parte del retablo. También hay que añadir las obras llevadas a cabo para el Monasterio de Guadalupe.

Pasada está década pinta cuadros de «Inmaculadas» y de «Vírgenes mártires», estando en la actualidad en el Museo de Sevilla, y provenientes del Hospital de las Cinco Llagas las siguientes: «Santa Bárbara», «Santa Catalina de Alejandría», «Santa Dorotea», «Santa Engracia», «Santa Eulalia», «Santa Inés», «Santa Marina» y «Santa Matilde», por citar unas cuantas quedando repartidas en distintos museos al menos una docena como «Santa Apolonia», «Santa Lucia», «Santa Rufina» y otras.

Un último apunte se hace forzoso para resaltar la variedad en las tonalidades de colores con las que muestra los tejidos de sus imágenes, se hace notar la influencia de su padre como comerciante de telas, en las que se pueden apreciar los diferentes tipos de urdimbres: los toscos hábitos de lana blanca de los Cartujos, los linos de los dominicanos, las tramas de algodón de los franciscanos, los paños de vivos colores con su apresto de las santas, así como las finas sedas de las túnicas y capas de las inmaculadas de forma que el blanco tiene una apariencia distinta en los diferentes casos por su corporeidad o su finura, al igual que el azul de prusia, el verde veronés o los ocres sin olvidar toda la gama de rojos.

No se puede dejar de lado el tratamiento de la materia en sus bodegones: el cuerpo de las arcillas, lozas, metales o mimbres resaltando sobre los fondos negros para conseguir ese claroscuro tan característico de sus obras.

Todo muestra la «tendencia a la integración unitaria de todas las cosas» como afirmó el ilustre crítico de arte D. José Camón Aznar.

Como colofón podríamos decir que Zurbarán es el «color del barroco sevillano».

Autor del texto: José Gabriel Sánchez García (I. S. Teleco).

Bibliografía:

-Historia del arte (tomo II), Diego Angulo Íñiguez. Madrid 1980.

-Historia universal del arte. Barroco y Rococó (volumen II), José Luis Morales Marín. Barcelona 1986.

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